lunes, 6 de abril de 2015

El desafío de la interculturalidad como motor social

Desde que el mundo es mundo, ha sido muy difícil reconocer que el otro (asumiéndolo como una cultura) no es solo un objeto de conocimiento (eso en el mejor de los casos y apelando a la civilidad), sino que también ES y DEBE SER en este mundo global y organizado, un claro elemento, al igual que cada uno de nosotros, de posibilidad de construcción desde su orgullosa y brillante alteridad. Tomar conciencia de que la diferencia es bandera a cuadros en la carrera del enriquecimiento de las civilizaciones, ha costado casi 5000 años de conquistas y chisporroteos en la mecánica de la evolución humana. Hoy, frente a la globalidad bien organizada (no aquella que se ensancha en desmedro de la localización, sino la que se presenta como una alternativa para el enriquecimiento de esta última) se alzan ante nosotros nuevos retos. Ante los portales de este mundo múltiple, el sentido común dicta que la educación intercultural logra, aún desde los cánones de la educación no formal, la defensa crítica de nuestros nobles principios democráticos. La riqueza de la diferencia nos permite abordar no solo la reformulación de nuestras bases más fuertes (y al hablar de bases sólidas, hablo de fuertes principios arraigados desde lo colectivo) sino también cualquier construcción social que haya servido como paradigma. Los paradigmas educativos, a diferencia de lo que creemos desde antiguas estructuras y visiones, no han nacido, necesariamente, en las escuelas, sino en la máquina identitaria más fuerte de la historia humana: la costumbre. Así es que, en nuestros usos y formas, seguimos decretando, muchas veces pasivamente, las realidades que nos definen...de allí que el peso de la cultura sea realmente fundamental para el devenir. Mucho más si abordamos con juicio crítico, con una ética de plan universalizable (si se me permite la expresión) la sistematización de la transmisión de estos valores por los que bregamos. No únicamente son necesarias fuertes respuestas del estado nacional a la entronización de estrategias educativas que manifiesten la importancia de la interculturalidad, sino que también esta directriz debiera de arraigarse, por voluntad nuestra, a la ya mencionada educación no formal, osea a lo que cada uno de nosotros desde su pequeño o gigante lugar en el globo, pueda aportar a esta bella causa colectiva que no solo entroniza a la tolerancia, sino también al intercambio de experiencias de vida como uno de los motores más importantes del aprendizaje. Incorporar en nuestro corazón, con verdadero respeto, lo positivo de cada cultura cohabitante, significa reencontrarnos en nuestra calidad de, como bien decía Sócrates, “Ciudadanos del mundo”. Si cada uno de nosotros lo logra, viviremos sin dudas, en una sociedad mucho más rica, en la que todos quepamos y no se impugne lo extraño, simplemente, por considerar con ignorancia, su equivocada condición de tal. En nuestra Punta Alta, territorio felizmente multicultural (la acción concreta de la migración desde las provincias hacia nuestra ciudad por la Base Naval Puerto Belgrano, ha sido desde siempre nuestra mayor riqueza identitaria) esta logrando lenta, pero armoniosamente, la interculturalidad como estandarte. El año pasado, en un programa televisivo me preguntaban, abordando el tema de la “identidad local” quiénes eran los “verdaderos puntaltenses”...yo, simplemente dije desde mi lugar, desde mi visión, que puntaltenses éramos todos los que vivíamos aquí, ya sea, como en mi caso, cuarta generación de precursores, o también aquel que viniendo desde lejos, hoy hecha raíces estableciéndose o trabajando activamente en las instituciones. Sinceramente, siento de corazón, que para saber lo que quiero, lo que me hace feliz como miembro de una comunidad, es condición sine qua non incluir el querer de los demás, siempre unido a un tiempo y a un espacio. Que implique, por lo mismo, solidaridad, la misma que procede del respeto a la diferencia, a la pluralidad como punto de partida de toda acción. Abracemos la interculturalidad, definitivamente. Bajo esta premisa, el mundo será nuestro.

miércoles, 1 de abril de 2015

Sobre Sarmiento (Discurso Oficial en el acto distrital del 11 de septiembre de 2014.)

Hoy, he querido hablarles del Sarmiento educador…y me di cuenta que es absolutamente imposible separarlo del estadista, del político, del idealista, del escritor, del crítico, del revolucionario…porque justamente el hombre al que la tradición nacional ha llamado “padre del aula”, fue sin dudas, basamento fundamental de la República como pocos de los grandes hombres que protagonizaron, la memoria fundacional de esta Argentina de todos. Con claras e irrenunciables ideas sobre el rumbo del país, este hombre con alma de Zonda, se convirtió en un idealista de la alfabetización nacional, al costo que esta tuviera. Claramente fue, y su producción escrita lo atestigua con creces hasta hoy, un eximio personaje argentino, absolutamente controvertido y sagaz. Lo define el arrojo intelectual, el coraje ciego para lograr sus objetivos y ser responsable absoluto del progreso de la patria a través del proyecto de la educación popular; un proyecto que se levantó como diadema común sobre las sienes de una democracia verdadera y naciente para ese entonces. Félix Luna nos advierte de un Sarmiento, que en 1868, ni bien asume como Presidente, proclama: “hacer de toda la República una escuela”, pretendiendo su “revolución pacífica de educar al soberano”. Afirmaba con vehemencia: “Antes había educación para las clases gobernantes, para el sacerdocio, y para la aristocracia. Hoy todos los hombres deben ser igualmente educados”. Es una tarea, si se quiere infructuosa, pretender ceñir a Sarmiento en un espacio estanco, hermético, sin apreciarlo en su compleja heterogeneidad de pensamiento. El transcurrir de su vida pública es complicado, enorme; sus expresiones y estrategias, difíciles de ser examinadas desde una sola óptica. Partimos, por ejemplo, de pensar que es imposible deslindar su pensamiento sobre la educación en sí, de las ideas de su prospero proyecto para esta Argentina. Un vez dijo: "La educación ha de preparar a las naciones en masa para el uso de los derechos que hoy no pertenecen ya a tal o cual clase de la sociedad, sino simplemente a la condición de hombre” Poniendo en claro que su lucha por la educación popular ya la dejamos fuera de toda discusión, o deberíamos hacerlo ya definitivamente, fue su proceder político y público la causa de posicionamientos contradictorios, los mismos que lo acompañan hasta nuestros días. Si bien ubicado en el partido unitario, y más allá de la férrea posición tomada frente al caudillismo rosista, el sanjuanino soñaba con el progreso y la unión de todos y cada uno de los pueblos de la república naciente, entendiendo en todo el territorio albiceleste una inmanencia única, expresándolo claramente cada vez que decía: “soy un porteño en las Provincias, un provinciano en Buenos Aires, y un argentino en todas partes”. Más allá de compartir o no sus ideas políticas, no se puede dudar de que Sarmiento es ejemplo de coraje y lucha por un ideal, y que ese fue sin dudas ver una Patria grande y desarrollada. Rescatar el ideario de Sarmiento no significa, ni debe significar jamás, aborrecer la lucha de aquellos caudillos a los que el gran maestro se oponía con la espada, la pluma y la palabra. Sarmiento fue un instigador de la democracia, con una subjetividad y un valor agregado que a veces rayan en destellos sumamente impresionables para aquellos que hoy en día, y desde el juicio crítico revisionista, apelamos a las sentencias del sentido común. Claramente, Sarmiento no fue un prócer simple, sus aristas nos contemplan desde el silencio. Él supo advertir que la educación popular era la verdadera herramienta para lograr el progreso del pueblo; su verdadero fin, quizás transido por la hosquedad y la visión extranjerizante de su tiempo, fue la de reivindicar ese país que asomaba, dándole el lugar que en una democracia de verdad le corresponde: el de soberano absoluto. Personalmente, y si me permiten, creo que en el afán de un panteón histórico para la democracia, debe apelarse al entronizamiento de referentes justamente diferentes entre sí, entiendo que debemos encontrar la síntesis de las ideas que mejor contribuyen a la grandeza de nuestra memoria, y que esta síntesis obviamente, debe tener improntas de cada vertiente; con ladrillos desiguales y para levantar nuestro palacio de libertades… hoy la historia nos permite, creo yo, rendir homenaje a figuras más que contradictorias entre sí, como es el caso Sarmiento y también de Rosas, o el mismo Urquiza; resaltemos con fervor concreto que absolutamente todos ellos, tuvieron el enorme afán por ver grande a la Patria, aunque tal vez gritaron por ese objetivo desde tribunas totalmente diferentes. Y en este rescate humano que me propongo del gran educador por ser hoy 11 de septiembre, no puedo separarlo tampoco, y como empecé a decirles al comienzo de este discurso, de otras piezas que componen el gran rompecabezas de su memoria; pienso en Sarmiento y veo al hombre de mirada adusta de los bronces, pero también veo al autor de “Recuerdos de Provincia”, al niño debajo de la higuera, al padre de Dominguito, al detractor de Rosas y ferviente seguidor de Urquiza, que posteriormente aseguró que este último solo había reemplazado al primero en otra tiranía, veo al hombre que en Boulogne Sur Mer, compartió un café con un ya anciano José de San Martín, veo al enamorado de la hija de Vélez Sarsfield, al polémico discutidor de las teorías de su amigo Alberdi, contribuyendo a dar paso a nuestra carta magna, veo al anciano entre los almácigos de una casa en Paraguay después de la lluvia, anhelando con lágrimas en los ojos la precordillera sanjuanina, veo al hombre de pie en alta mar enterándose que, inexorablemente, se había transformado en Presidente de la Nación…ese Sarmiento rescato y me permito traerles hoy. Aprendamos de cada gestor de nuestra identidad, quedémonos con lo mejor de cada uno de los hombres que dieron todo de sí por esta Argentina, entre los cuales Sarmiento se sienta, sin lugar a dudas, en el podio y junto varios. Gloria y loor, para los diversos, para los revolucionarios incluso hasta el hartazgo, porque la pluralidad de acciones nos reafirma como actores libres y soberanos en la concreción de nuestros objetivos, tal cual el sueño, de un humilde cuyano alborotador, que con irascibilidad y pasión desmedida, fue el responsable de la bandera de la educación pública que es modelo latinoamericano hasta nuestros días. Salve Sarmiento, las ideas no se matan. Muchas gracias.

jueves, 12 de marzo de 2015

Discurso por el 158° aniversario de la muerte del Almirante Guillermo Brown

Autoridades presentes, tengan todos ustedes muy buenos días: En el histórico diario porteño “La Gaceta Mercantil” del sábado 14 de enero de 1826, puede leerse la noticia: “El Sr. D. Guillermo Brown ha sido revestido del mando en jefe de la escuadra nacional. Ayer izó su bandera a bordo del bergantín “Balcarce” en cuya ocasión este tiró una salva, y las antenas de los demás buques de la escuadrilla se guarnecieron con sus tripulaciones. El Sr. Brown, se vino á tierra, en completo uniforme, y se encaminó al Fuerte, a la 1 de la tarde” Así, humildemente, y en un recorte periodístico, el pueblo argentino de aquella lejana y soñadora Buenos Aires pos revolución, se enteraba que la flamante Nación Argentina, tenía su armada de guerra. Luego del correspondiente nombramiento por el Gobernador Juan Gregorio de las Heras, con el cargo de Almirante de la Escuadra, y con el título de Coronel Mayor, equivalente al de Contraalmirante actual, Brown se transformó en jefe de una reducida pero valiente escuadra formada por dos bergantines, el “General Belgrano” que contaba con catorce cañones, y el “General Balcarce”, que tenía diez. Un lanchón llamado “La Correntina”, que poseía muy poco valor para el combate y once cañoneras recientemente construidas a orillas del Riachuelo; cada una contaba con un solo cañón en la popa. En verdad, era una pequeña fuerza que pretendía luchar por un poderoso sueño…el sueño de sostener nuestra emancipación. De la misma manera que al evocar a Don José de San Martín, pensamos en la Cordillera y en las vastas extensiones territoriales de esta Latinoamérica en pugna, es imposible no pensar en la efigie de William Brown recortada en el viento del Atlántico entre huracanadas extensiones de Mar Argentino, librando lucha no solamente contra frecuentes enemigos sino contra el establishment de su tiempo, y la adversidad de un país que nacía, y a la vez no solamente florecía en independencia, sino también en burocracias eternas. William Brown, el irlandés, no hubiera imaginado jamás al pisar puerto de Buenos Aires por vez primera, que esa playa de cangrejales lejanos se convertiría en el espacio de su corazón donde crio a sus hijos y decidió permanecer hasta su muerte, en un gesto de adhesión a nuestra bandera y a nuestra tierra. La mitificación sarmientista, lo elevó a la condición de prócer, al igual que a otros compañeros de panteón de gloria nacional, sin embargo, a diferencia de otros notables (por el ejemplo de Juan Manuel de Rosas), el perfil de Guillermo Brown no fue discutido entre sus contemporáneos, ni en la posteridad sucesiva…siempre fue ejemplo de universalidad de aciertos y de verdadero compromiso por la Patria, principio ajeno a intereses personales. ¿Cuánto más difícil es que la imagen épica de un prócer nazca de la sombra de un extranjero? Quienes nacimos en el suelo propio, aprendimos naturalmente a amar lo que nos define, lo que sustenta y codifica nuestra cultura, nuestra memoria colectiva. No puedo dejar de admirar, a un marino, a un militar foráneo, ajeno a estas tierras bulliciosas de comienzos del siglo XIX, hincado bajo los preceptos de amar a una joven tierra naciente, y de invertir su vida y la de los suyos en esa realidad… Si hay algo que resaltar, es que el hombre que acuñó la frase, “Es mejor irse a pique antes que perder el pabellón” fue un grande de nuestra historia; un insigne valiente que estuvo siempre a disposición incondicionalmente de aquella Patria que daba sus primeros pasos. Su extensa e irreprochable trayectoria al servicio de los intereses argentinos, le deparó inevitables contrastes e injusticias, pero tuvo la capacidad realizadora y la fortaleza moral necesarias para sobreponerse a estos giros del destino. Esencialmente fue un marino, un navegante que se revistió de heroicidad simplemente con la actitud conductora y los tributos de un auténtico líder. Confianza, valor y arrojo fueron diademas no solamente para su memoria hoy, o un texto formador para los jóvenes que se unen a las filas de la Armada Argentina en la actualidad, sino principios esenciales en su vida privada. Hoy, a 158 años de su muerte, lo evocamos en este terruño al sur de la Provincia de Buenos Aires, porque más allá de ser un ser héroe nacional, nuestra identidad local, con su profundo vínculo con la Base Naval de Puerto Belgrano, pondera orgullosamente la continua entronización de su ejemplo como guía. Quiera Dios, que se levanten sobre la faz de nuestra tierra, más hombres como Brown, dispuestos a ser leyenda no por otras situaciones que no sean la entrega incondicional y la proyección de una identidad; que tengan la capacidad de sortear las dificultades de una adversidad intrincada, para finalmente vislumbrar, aunque sea de forma abstracta, una perspectiva, un compromiso, un ideal para quienes los sucedan…solo así, con más fe, con ese fuego interior que inspira, el sueño de los grandes que dieron su vida por ese ideal, tendrá sentido…y nuestro futuro, y el de nuestros hijos, tendrá la honra de haber sido el resultado, de ese sentido… A la memoria de Guillermo Brown, vivamos con ese objetivo. Muchas Gracias.